lunes, 7 de abril de 2008

Esa mujer sin rostro

Miro a la muerte igual que a una mujer sin rostro

que volviese la esquina en una calle ignota,

de una ciudad que nunca he recorrido.


No temeré seguirla, pues sé que mi destino

es, indudablemente, ir de su mano un día.


He sentido marcharse a los amigos en medio de la vida,

cargados de proyectos, sin una despedida.

Cada partida duele por la oquedad que deja en esa estancia

que se va despojando por airadas de otoño.

En cada soplo se llevan una hoja del árbol del recuerdo.

Pero siempre nos queda una sonrisa, un gesto, un rasgo,

una semilla apenas perceptible, que de nuevo germina.


La honda raíz de los afectos es el junco en el agua,

el mimbre que soporta la navaja afilada, blandida por el tiempo.


Nadie se vuelve atrás cuando dobla la esquina

ni llega a adivinar si la ciudad existe y es hermosa,

si más allá de la materia inerte como única certeza

no engendra la ceniza nueva vida y recorre despacio

la tierra, el agua, el aire, como seres distintos

que siguen empeñados en vagar sin siquiera saberlo.


Colaboración de Gonzalo Del Campo

El frío arropa el mundo
con su tierno y suave manto.
Galopa presto el invierno,
las flores ierguen su tallo,
dejad atrás el estío
y el color del bello otoño.
Fuegos fatuos me acompañan
en la noche más oscura,
si adormecen mis sentidos
estará todo perdido.
"¡Oh, pardiez, querido amigo,
no os vayáis ya, os lo ruego!
¡No me dejéis aqui solo
volved conmigo de nuevo!"
Desconsolado es el grito,
cruel su significado,
mayor precio es el que paga
un vivo desamparado.
Tornóse escarcha su pelo,
empapados sus zapatos,
tiembla tímido, apartado,
conoce ya su destino.
El hielo que hay en sus ojos
entorpece su mirada,
creando ilusiones vanas
que considera verdades.
Resbalan por la faz lágrimas,
cálidas y lastimosas,
mientas guardianas del hado
deshilachan su futuro.
Clamo al momento que llegue
y Odin recoge el susurro.
Nunca más seré expulsado,
de su tierra,de su abrazo.