domingo, 13 de abril de 2008

Me envuelve la oscuridad,
me siento abandonado,
¿por qué camino seguir?
Cuando el frío y las tinieblas,
te cubren con su vil manto,
todo parece perdido,
todo permanece helado.
Dos luceros, a lo lejos,
se iluminan de repente.
Avanzo sin deteneme,
aún no creo lo que veo,
¿será una fuente de vida
o quizá un infame engaño?
Me detengo un momento,
la fatiga es evidente.
Respiro profundamente...
Alcanzo a ver a lo lejos
que la luz se torna verde,
me influye, me atrae,
no la alcanzo y me angustia,
por eso corro de nuevo.
Por fin veo esas estrellas
que brillaban en mi noche,
han sido esos bellos ojos,
inundados por tu llanto,
los que a me han traido a tí.
Tan grandes y tan preciosos,
tan sensuales, tan hermosos,
tan queridos, tan preciados,
como la misma esmeralda,
nunca yo podré olvidarlos,
nunca dejar de observarlos.
Una mirada profunda,
llena de significado,
en mi alma vagabunda,
clavó su aguda flecha.
La herida ha sido abierta,
jamás podrá ser cerrada,
mana deseo, alegría,
pasión y sabiduría.
Fueron aquellas palabras
que sonaban como cantos,
lo que me atrajo a tu lado;
aquella mente preclara
la que me acercó a tu vida;
pero sólo esa mirada
y esos truculentos ojos,
que mi corazón robaron,
fueron capaces un día
de cambiar toda mi vida.